
El viento aullaba entre los árboles, arrastrando hojas secas y susurros que se mezclaban en un canto ominoso. Era la noche en la que se decía que los espíritus de aquellos que habían muerto injustamente vagaban por el mundo, buscando venganza y redención. Marta, una joven escéptica, decidió que era el momento perfecto para comprobar si había algo de verdad en esas leyendas.
Había crecido en un pequeño pueblo donde las historias sobre la noche de los espíritus eran parte del folclore local. Sin embargo, su racionalidad siempre había superado su curiosidad por lo sobrenatural. Aquella noche, se reunió con sus amigos: Javier, un amante de las teorías conspirativas, y Ana, una sensitiva que afirmaba sentir la presencia de lo paranormal. A Marta le parecía ridículo, pero la idea de experimentar algo inexplicable la intrigaba.
El grupo se aventuró al bosque, un lugar temido por los lugareños. A medida que se adentraban, la atmósfera se volvía más densa. El crujir de las ramas bajo sus pies parecía resonar en el silencio de la noche. La luna, oculta tras nubes densas, apenas iluminaba el camino, y una sensación de opresión comenzó a apoderarse de Marta.
¿Estás segura de que quieres hacer esto? preguntó Javier, la risa nerviosa temblando en su voz. Marta se encogió de hombros, tratando de disimular su creciente incomodidad. Sin embargo, Ana, con su mirada intensa, la instó a continuar. Esta noche es especial. Los espíritus están más cerca de nosotros, dijo, mientras los árboles parecían inclinarse hacia ellos, como si quisieran escuchar.
Al llegar a un claro, encontraron un viejo altar de piedra cubierto de musgo y enredaderas. Ana comenzó a murmurar palabras en un idioma que Marta no comprendía, y pronto el ambiente cambió. El aire se volvió frío, y un silencio aterrador envolvió el lugar. Sin embargo, lo que hizo que Marta sintiera un escalofrío en la espalda fue la sensación de ser observada. Miró a su alrededor, pero solo había sombras danzantes.
De repente, un susurro helado atravesó el aire. Vuelve resonó, y todos se quedaron paralizados. Ana, con los ojos muy abiertos, gritó: ¡Siento su presencia! Javier, visiblemente asustado, sugirió que se marcharan, pero Marta, movida por una curiosidad inexplicable, insistió en quedarse.
Las horas pasaron en un torbellino de risas nerviosas y miradas inquietas. Sin embargo, cuando Ana sugirió invocar a los espíritus, un aire pesado descendió sobre ellos. Marta sintió que la tierra temblaba levemente bajo sus pies, y una voz profunda y gutural resonó en su mente: No están listos.
La voz pareció provenir de todas partes y de ninguna a la vez. En un instante, Ana cayó al suelo, temblando. Marta, aterrorizada, se acercó a ella, pero Javier, pálido y con los ojos desorbitados, gritó que se marcharan. ¡Nos están atrapando!, exclamó. Sin embargo, algo en la mirada de Ana la detuvo. La chica parecía estar en trance, sonriendo de una manera que no le pareció natural.
Ellos me han elegido, dijo Ana con una voz que no era la suya. Marta sintió que el miedo se apoderaba de su cuerpo, y un grito sordo resonó en su mente. Javier, con el rostro pálido, comenzó a retroceder. ¡No quiero quedarme aquí!.
Marta, atrapada entre la lucha de sus amigos y la fascinación por lo desconocido, se quedó mirando a Ana, quien parecía flotar en el aire, rodeada de sombras que susurraban palabras que nadie podía entender. Las sombras se acercaron a Marta, llenándola de un terror indescriptible. No podía moverse, como si algo invisible la mantuviera en su lugar.
De repente, una luz brillante surgió en el centro del claro, y los gritos de su amigo resonaron en sus oídos. Cuando la luz se disipó, Ana estaba de pie, pero su expresión era distinta. Había una mezcla de terror y alegría en su rostro. Ellos me han dado un propósito, dijo, y sus ojos brillaron con un destello extraño.
Marta y Javier se miraron, sin saber qué hacer. Con un movimiento, Ana extendió la mano, invitándolos a acercarse. No tengan miedo, dijo, pero el tono en su voz era inquietante, como si algo más se hubiera apoderado de ella. La noche se tornó aún más oscura, y el viento aulló con más fuerza.
Sin previo aviso, Marta sintió un fuerte tirón en su pecho, como si una fuerza invisible intentara desgarrarla. ¡Ayuda! gritó, mientras se aferraba a Javier, pero él ya había dado un paso atrás, horrorizado por lo que estaban presenciando. No puedo quedarme aquí.
Con su corazón latiendo con fuerza, Marta se volvió hacia Ana. ¡Tú no eres tú misma! gritó, y en ese instante, el rostro de Ana se distorsionó. Las sombras que la rodeaban se convirtieron en una masa oscura que parecía querer devorarla.
Con un último esfuerzo, Marta se dio la vuelta y corrió, guiada por el instinto. Las risas y susurros de los espíritus la siguieron, retumbando en su mente. No sabía hacia dónde iba, pero la única certeza que tenía era que debía escapar. En la oscuridad, el bosque parecía cerrarse a su alrededor, pero el eco de sus pasos resonaba como una advertencia.
Cuando finalmente emergió del bosque, la luna iluminaba su camino, y un silencio aterrador la envolvía. Miró hacia atrás, pero Ana y Javier habían desaparecido, consumidos por la noche de los espíritus. Una sensación de vacío la invadió, y mientras el viento seguía susurrando, Marta se dio cuenta de que no todos los secretos debían ser desenterrados. La noche la había marcado, y aunque había escapado físicamente, una parte de ella quedaría atrapada entre sombras, esperando un nuevo encuentro.