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Susurros en la oscuridad

19 octubre, 2024

La tormenta arremetía con fuerza, haciendo vibrar las ventanas de la antigua casa de los Ruiz, una edificación que había estado vacía durante años. La familia había regresado a la ciudad tras heredar la propiedad, decididos a restaurarla y convertirla en un hogar. Sin embargo, el primer día fue suficiente para que la atmósfera opresiva comenzara a hacer mella en ellos.

El padre, Javier, se enfocó en la restauración, mientras que su esposa, Marta, y su hija, Lucía, se encargaban de desempacar y organizar. A medida que caía la noche, el viento aullaba como si quisiera advertirles. Las luces titilaban y, por un instante, la casa parecía respirar, exhalando un susurro helado que se deslizaba por las paredes.

Mientras la familia intentaba acostumbrarse a su nuevo hogar, Marta comenzó a notar cosas extrañas. Los ruidos que venían del sótano la inquietaban, como si alguien estuviera moviendo muebles en la oscuridad. Cuando lo mencionó a Javier, él se rió, asegurándole que eran solo ruidos de una casa vieja. Pero a medida que pasaban los días, los susurros se hicieron más claros.

Una noche, mientras la tormenta azotaba la casa, Lucía, de solo diez años, se despertó de un sueño intranquilo. Escuchó una voz suave, como un canto distante, que la llamaba desde el pasillo. Temiendo por su madre, se levantó y siguió el sonido. Sus pies descalzos hacían un eco leve mientras caminaba, pero cuanto más avanzaba, más fuerte se hacía la voz. La niña se encontró frente a una puerta cerrada, la que nunca habían usado. La voz la invitaba a entrar.

“Lucía, ven…” decía la voz. Con un impulso de curiosidad, giró el pomo y, para su sorpresa, la puerta se abrió con facilidad. La habitación era oscura, llena de sombras que danzaban en las paredes. A medida que entraba, la puerta se cerró de golpe detrás de ella.

En el interior, Lucía sintió un escalofrío recorrer su espalda. En una esquina, vio un antiguo espejo cubierto de polvo. Se acercó, y al limpiarlo con su mano, una imagen apareció. No era su reflejo, sino el rostro de una niña, con ojos tristes y una expresión suplicante. “Ayúdame”, dijo la figura, y los susurros se intensificaron, llenando la habitación con ecos de llantos.

Aterrorizada, Lucía dio un paso atrás, tropezando y cayendo al suelo. La voz se convirtió en un grito, resonando en su mente, y la niña del espejo desapareció. La habitación se llenó de sombras que parecían alargarse y acercarse a ella. La puerta, sin embargo, no se abrió.

Mientras tanto, Javier y Marta, alarmados por el grito de Lucía, corrieron hacia el pasillo. Al llegar a la puerta cerrada, intentaron abrirla, pero estaba completamente atascada. Los susurros ahora eran ininteligibles, como un torrente de voces que clamaban por ayuda.

Finalmente, tras una lucha desesperada, Javier logró abrir la puerta. El aire helado los golpeó como un muro. La habitación estaba vacía, y Lucía no estaba allí. Marta gritó su nombre, su voz resonando en la oscuridad. Las sombras parecían moverse, envolviendo a la pareja en un abrazo aterrador.

La búsqueda de su hija se convirtió en una pesadilla. Cada rincón de la casa estaba impregnado de una sensación de desesperanza. Los susurros, que antes parecían llamarlos, ahora se burlaban de ellos, insinuando que nunca volverían a ver a Lucía.

Finalmente, una noche, Javier encontró el espejo. Su superficie reflejaba el miedo en su rostro. Al acercarse, escuchó una voz familiar. “Papá, ayúdame”, era Lucía, y su corazón se detuvo. Miró dentro del espejo, y en un instante, vio a su hija atrapada en la oscuridad, el rostro de la niña del espejo asomándose junto a ella.

Desesperado, Javier intentó romper el espejo, pero en el momento en que su mano hizo contacto con la superficie, una onda de energía lo atravesó. Las voces se convirtieron en un grito ensordecedor, y las sombras lo absorbieron. Todo se volvió negro.

Cuando Marta finalmente entró en la habitación, el espejo estaba intacto, pero el silencio era abrumador. Miró a su alrededor, y el eco de los susurros se desvanecía, dejando solo la imagen de su reflejo, su rostro lleno de confusión y terror. ¿Dónde estaban Javier y Lucía? La habitación estaba vacía, y el espejo no reflejaba nada más que su propia soledad.

Con cada día que pasaba, las sombras en la casa parecían cobrar vida, y los susurros en la oscuridad se convirtieron en su única compañía. La casa, que una vez esperó llenarse de risas, ahora estaba condenada a guardar secretos en sus paredes, mientras la niebla envolvía el pueblo, oculta a los curiosos, pero siempre observante, esperando a su próxima víctima.