
El día que Lucía encontró la muñeca en el desván de su abuela, una extraña sensación la recorrió. Era una muñeca de porcelana, con un vestido de encaje desgastado y ojos grandes que parecían seguirla en cada movimiento. Su rostro estaba sereno, pero su expresión nunca cambiaba; siempre lucía inexpresiva, como si un secreto oscuro se ocultara tras su mirada.
Al principio, Lucía estaba encantada con su hallazgo. Decidió llevarla a su habitación, donde la colocó en la estantería junto a otros objetos que le traían recuerdos de su infancia. Sin embargo, a medida que pasaban los días, comenzó a sentir una inquietud creciente. A cada hora que pasaba en la casa, la atmósfera se volvía más densa. La muñeca, que antes le parecía inofensiva, comenzó a parecerle inquietante. Cada vez que entraba en su habitación, sentía que la mirada de la muñeca se intensificaba, como si la estuviera observando con juicio.
Una noche, mientras intentaba dormir, fue despertada por un susurro suave. Se sentó en la cama, el corazón acelerado, tratando de identificar la fuente del sonido. No había nada fuera de lo común, pero el susurro persistió, pareciendo provenir de la muñeca. La voz era sutil, casi como un eco de pensamientos reprimidos. Ayúdame, decía.
Lucía se levantó, acercándose a la muñeca, con la mente llena de dudas. ¿Ayudarte? ¿Cómo? preguntó en voz alta. A medida que lo hacía, la temperatura en la habitación pareció descender. La muñeca, impasible, seguía mirando, y el susurro se convirtió en un grito apenas audible que retumbaba en su mente. Libérame.
Atormentada por la inquietante revelación, Lucía comenzó a investigar la historia de la muñeca. Descubrió que había pertenecido a su bisabuela, quien había sido conocida en su pueblo por sus extrañas prácticas. Se decía que la muñeca era un receptáculo de espíritus, un objeto que contenía la tristeza de su familia. En su búsqueda, encontró un diario desgastado que hablaba de rituales oscuros y de un pacto con lo desconocido. Al leer, comprendió que la muñeca había sido un regalo a su bisabuela, un intento de capturar su felicidad, pero había fracasado, convirtiéndose en un objeto de sufrimiento.
A partir de ese momento, la muñeca dejó de ser solo un objeto decorativo y se transformó en una presencia opresiva en su vida. Lucía se sentía constantemente observada, y los susurros en su mente se volvieron más insistentes. No podía ignorar que la muñeca estaba imbuida de una energía negativa. Comenzó a experimentar extraños episodios; sus sueños se llenaban de visiones inquietantes de su bisabuela llorando, atrapada en un ciclo de desesperación, una historia sin fin que se repetía.
Una tarde, incapaz de soportar más la angustia, Lucía decidió deshacerse de la muñeca. La llevó al bosque cercano y la enterró en un claro, buscando liberarse de su presencia. Sin embargo, al regresar a casa, el ambiente era aún más opresivo. Las luces parpadeaban, y una sombra oscura parecía moverse en los rincones de su hogar.
Esa noche, mientras intentaba dormir, un grito desgarrador resonó en su mente. ¡No me dejes! La voz de la muñeca la atravesó como un rayo. Se sentó en la cama, el corazón latiendo con fuerza. Sabía que no podía escapar. Se levantó y, atraída por una fuerza inexplicable, regresó al lugar donde había enterrado la muñeca.
Al llegar al claro, encontró que la muñeca estaba de pie, como si nunca la hubiera enterrado. La luna iluminaba su rostro impasible, y Lucía sintió un frío helado recorrer su espalda. Te necesito, susurró la muñeca, y en ese momento, Lucía comprendió que la muñeca no solo estaba atrapada, sino que también lo estaba ella. La oscuridad la rodeó, y su voluntad se desvaneció, atrapándola en un ciclo eterno de desesperación.
Al final, la muñeca sonrió, por primera vez, mientras Lucía se unía a las sombras de su pasado, una más de las almas perdidas que habitaban en su interior. La historia de la muñeca continuaría, esperando a la próxima que se sintiera lo suficientemente curiosa como para llevarla a casa.