
Cuando Laura y sus amigos llegaron a la cabaña, la atmósfera era densa, como si el aire mismo estuviera impregnado de un miedo latente. Habían decidido pasar un fin de semana alejado de la ciudad, buscando diversión y aventura. La cabaña, situada a la orilla de un lago oscuro y profundo, parecía un lugar idóneo para desconectar, pero algo en su apariencia desgastada y en los alrededores desolados les generó una inquietud.
La cabaña, de madera crujiente y ventanas cubiertas de polvo, tenía un aire de abandono. Laura se sintió observada desde el momento en que cruzaron la puerta. A medida que la tarde se convertía en noche, el sonido del agua golpeando la orilla resonaba en el aire, creando una melodía perturbadora. A pesar de que intentaron animarse encendiendo una fogata y contando historias, la inquietud seguía presente.
Esa noche, mientras todos intentaban dormir, Laura escuchó un suave murmullo que venía del exterior. Se levantó de la cama y miró por la ventana, pero no pudo ver nada en la oscuridad. Aún así, el sonido se intensificó, como si alguien estuviera llamándola. Se convenció de que era solo su imaginación, pero la inquietud la llevó a despertar a sus amigos.
Carlos, el más escéptico del grupo, se burló de ella. No hay nada aquí, solo el viento, dijo, mientras trataba de calmarla. Sin embargo, en el fondo, todos se sentían incómodos. Decidieron explorar los alrededores al amanecer, y al salir, encontraron un viejo barco a la deriva en el lago. Su aspecto deteriorado les parecía siniestro, pero la curiosidad pudo más.
Mientras exploraban el bote, uno de los amigos, Marco, encontró un diario empapado que pertenecía a un antiguo propietario de la cabaña. Las páginas estaban llenas de garabatos inquietantes sobre voces en el lago y figuras oscuras que acechaban en la noche. Esto es solo una historia para asustar, dijo Carlos, pero su voz temblaba.
Esa noche, la niebla comenzó a cubrir el lago, y el murmullo volvió a sonar, más fuerte que nunca. Laura, incapaz de resistirse, se adentró en la oscuridad. Siguió el sonido hasta la orilla, donde se encontró cara a cara con una figura borrosa en la niebla. ¿Quién está ahí? gritó, pero no obtuvo respuesta. En su lugar, sintió una presencia helada que la envolvía.
La figura desapareció y, al volver corriendo a la cabaña, encontró a sus amigos despiertos, pálidos y asustados. Vimos algo, murmuró uno de ellos. No estamos solos aquí. La atmósfera se volvió opresiva, y la cabaña pareció cerrarse a su alrededor. Las risas y la camaradería se transformaron en murmullos nerviosos y miradas furtivas.
Al día siguiente, decidieron abandonar la cabaña. Pero cuando intentaron salir, el camino de regreso estaba cubierto por la niebla. Se sentían atrapados en un laberinto de sombras, y la voz del lago parecía llamarles cada vez con más fuerza. Una a una, las luces de sus linternas comenzaron a apagarse, y la oscuridad se apoderó de ellos.
Fue entonces cuando Marco desapareció. Su grito resonó en la noche, y el pánico se apoderó del grupo. A pesar de sus esfuerzos, no pudieron encontrarlo. La cabaña se volvió un lugar de terror palpable, donde cada rincón parecía ocultar algo más. La voz seguía sonando, y la niebla parecía tener vida propia, envolviendo a todos en un abrazo helado.
Cuando finalmente lograron salir del bosque, se dieron cuenta de que solo quedaban Laura y Carlos. ¿Qué pasó con los demás? preguntó ella, horrorizada. Carlos, con una expresión de pánico, miró hacia atrás y vio la cabaña desvanecerse en la niebla. No pueden escapar, murmuró.
Mientras corrían hacia su coche, la voz del lago resonó detrás de ellos, llena de risas y susurros. Al mirar hacia atrás, Laura vio figuras emergiendo de la niebla, sombras que se reían y señalaban. Era como si estuvieran atrapados en un ciclo sin fin, condenados a ser parte de esa pesadilla.
A pesar de que lograron llegar al coche y encender el motor, el eco de los gritos de sus amigos resonaba en sus mentes. Mientras se alejaban, Laura miró por el espejo retrovisor y se encontró con los rostros de sus amigos atrapados en la niebla, sus ojos llenos de terror y desesperación. La cabaña seguía allí, observando, esperando a que alguien más llegara, como si nunca hubiera dejado de alimentarse de su miedo. En ese instante, comprendió que a veces, lo más aterrador no es lo que sucede, sino lo que queda en la mente de quienes escapan.