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El camino de los lamentos

19 octubre, 2024

Nadie sabía realmente cómo había comenzado, pero el camino de los lamentos era bien conocido en el pueblo. Una senda angosta y polvorienta, flanqueada por árboles marchitos que parecían susurrar secretos al viento. Se decía que aquellos que se aventuraban por allí volvían diferentes, como si un peso invisible se hubiera asentado sobre sus hombros.

Esa noche, Carlos y Laura, una pareja que luchaba por mantener viva la chispa en su relación, decidieron desafiar las advertencias de los ancianos del pueblo. Habían discutido durante semanas sobre sus problemas, y ambos sentían que una aventura podría ayudarles a reconectar. La luna llena iluminaba el camino, y la brisa fresca traía consigo un aroma a tierra mojada que resultaba reconfortante. Sin embargo, a medida que se adentraban en la oscuridad, la atmósfera comenzó a volverse opresiva.

Mientras caminaban, notaron que el silencio era abrumador. No había cantos de aves ni el sonido de criaturas nocturnas; solo el crujir de las hojas bajo sus pies. Carlos intentó romper el hielo hablando sobre sus recuerdos felices, pero Laura parecía distraída, sus ojos fijos en un punto indefinido entre los árboles. Fue entonces cuando comenzaron a escuchar susurros, apenas audibles, como si el propio camino les hablara. “Vuelve, vuelve…” decía una voz lejana. Laura se estremeció y se agarró del brazo de Carlos.

Decidieron seguir adelante, pero el camino parecía extenderse indefinidamente. Cada paso se volvía más pesado, como si el suelo mismo intentara retenerlos. Carlos, intentando mantener la calma, sugirió que regresaran, pero Laura se mostró reacia. Algo en su mirada había cambiado, y él sintió un escalofrío recorrer su espalda.

Las sombras se alargaron a su alrededor, y de repente, la oscuridad cobró vida. Figuras borrosas comenzaron a emerger entre los árboles, sombras de personas que parecían vagar sin rumbo. Carlos parpadeó, pensando que su mente le jugaba una mala pasada. “No pueden ser reales”, murmuró, pero al voltear hacia Laura, se dio cuenta de que ella ya no estaba a su lado.

Desesperado, llamó su nombre, pero solo el eco de su voz le respondió. Las figuras comenzaron a acercarse, sus rostros distorsionados en expresiones de dolor y sufrimiento. Carlos sintió que su corazón latía con fuerza mientras intentaba recordar el camino de regreso. Pero el camino se había transformado, sus giros y vueltas ahora parecían burlarse de él.

Con cada paso, los susurros se hacían más intensos, clamando por él. “No te vayas, no te vayas…” La angustia se apoderó de él, y mientras se movía, la visión de Laura se desdibujaba en su mente. ¿Estaba atrapado en un sueño, o era una pesadilla de la que no podía despertar?

Finalmente, cuando estaba a punto de rendirse, se encontró frente a una figura familiar: Laura, con un brillo extraño en sus ojos. “¿Por qué volviste?”, le preguntó, y su voz sonó como un eco de los lamentos que los rodeaban. Carlos sintió que el suelo temblaba bajo sus pies, y al mirar alrededor, vio que las sombras habían tomado forma, acercándose más y más.

“Vuelve a mí”, susurró Laura, pero algo en su mirada le decía que no era la misma. Justo cuando iba a responder, la oscuridad se abalanzó sobre él, y un grito desgarrador resonó en el aire, haciendo eco de un dolor profundo e inexplicable.

En el silencio que siguió, el camino volvió a quedar desierto, y el susurro de las hojas se unió a un nuevo lamento, uno que apenas comenzaba a contarse. El pueblo nunca lo supo, pero esa noche, el camino reclamó a otro de sus viajeros.